jueves, 10 de mayo de 2007

Frío




Recuerdo el frío durante todos esos años. Tardes, noches, mañanas de frío, de cafés casi hirviendo, de sentarme sobre los radiadores, de jerseys y del olor del tabaco. De beber cubatas a cero grados, de empañárseme las gafas al entrar en el Bodegas, de sudar en la pista de baile mientras se hielan las calles, de espaldas contra el gélido cristal de mi habitación, sentado, insisto, sobre el radiador, de gritarle a Fernando, ¡corre, dispara! en el balcón mientras algún copo de nieve despistado se desvía y me cae en el pelo o sobre la camiseta de manga corta, ¡jajaja, nevando y yo a manga corta! ¡y con documento gráfico que lo corrobora!, porque a veces hablábamos así, el pelo revuelto, la melena que se nos revuelve a Susana y a mi, mientras volvemos a Barañáin desde San Juan, por una avenida desoladora, ni una triste casucha, sólo a lo lejos, los hospitales, con una ventolera glacial que transforma su morena dulzura en un recuerdo y que nos hace sentir, por un demasiado largo instante, como pequeños esquimales en mitad de la ventisca, los portales fríos que parecen calientes, porque después del paseíto anterior, cualquier cosa es buena, y no, no te preocupes, en cuanto llegue a casa me tomo un pedazo de café que me vuelve a calentar la sangre, aunque bastante revuelta me la has dejado ya, maja, sin necesidad de más ayudas.

El frío, como aquel año que nos dio por hacer deporte a Iñaki y a mi, y nos íbamos a correr por la Vuelta del Castillo a las nueve y hasta nevando nos echamos nuestras buenas carreras. El flato psicológico, el cigarrito al acabar, el venga, que por hoy ya hemos hecho bastante y el hoy ceno doble, que he tenido mucho desgaste intelectual, fueron demasiado fuertes para nosotros. Y Fernando que nos adelantaba, yo sigo que voy a dar la vuelta completa. Pues hala, sigue tú, que así cojo yo antes la ducha.
Muchos recuerdos trae el frío. Casi tantos como la lluvia.


Menos, el calor. Dos o tres, o tal vez más. Una banda sonora. Una música que siempre asociaré a las tardes, a la mesa del comedor un poco coja, al radiocaset en el quicio de la ventana de la terraza, ¿alguien se viene fuera a estudiar?, a las últimas luces del día que se escurren por las rivirivueltas de Iturrama, escapándose por cada esquina y dejando un rastro ocre en las crecidísimas hebras del césped sobre el que los críos juegan y son Sammy Lee y Urban, mientras por allí anda Sammy Lee, el de verdad, con esa cara de queso suizo que Dios le dio, ocre, qué digo ocre, naranja como las fugaces luces del día que pisamos yendo a ninguna parte, voy a hacer copias, te acompaño, voy a buscar tabaco, te acompaño, voy a comprar tebeos, te acompaño, y por el camino nos encontramos a Anavidal, así, todo junto, como el villancico, Anavidal, Anavidal, dulce Anavidal, que se ríe de oreja a oreja cada vez que se lo cantamos, y por el camino esquivamos a algún indeseable o saludamos de pasada a esa bilbaína tan simpática que no dejaba de hablarme, un poco pasada de copas, en la fiesta aquella de tanto dolor de cabeza.
Es el tercero que hizo. Pasa por ser el más triste, el más oscuro de su carrera. Lo compuso tras la muerte de sus padres y, argumento comercial o no, resulta ser, a mi modesto entender, el más logrado de todos sus discos. He oído en Radio Tres, años de radio, de descubrir las músicas en Radio Tres, que sólo van tres músicos, Sting y dos más, vestidos de negro y que casi ni habla: sale, toca y adiós. Eso sería, en un sentido amplio, minimalismo, pero yo sólo asociaba minimalismo al sentido estrecho, o sea, Mertens, Eno y poco más; Radio Tres, ya digo.
Las tardes en la improvisada mesa de estudio en el balcón, con música de The soul cages como fondo, un disco de blanca portada y negro discurrir sobre esas tardes anaranjadas de falsa primavera que, a la mínima de cambio descargaban chaparrón o te devolvían unas rachas de aire de esas de sensación de diez bajo cero, que es frío, mucho frío, una especie de victoria parcial del agonías del invierno, incapaz de ceder su cetro a una naciente primavera que alteraba poco, bien es cierto, pero que solía entretenernos con los malvados catarros que tanto debía agradecer un tal Clínex, su siempre fiel patrocinador.

Lejos del bala perdida que fundió punk y reagge con su vieja banda, más lejos aún del blanco con vocación de jazzista, y aún más lejos, por suerte, del cargante baladista que nunca fue del todo, Sting hurga en ese disco por las cavernas del dolor y se adentra por los meandros de la tristeza que son la geografía de su estado de desanimo. Igual es un truco publicitario, seguro. Pero desde el desierto de la memoria, es probable que nunca más pueda dejar de asociar esas tardes de tímida primavera, naranja, deportista, algo estudiosa y siempre cálida y hermosa, con las desgarradas canciones que se le escapaban a Sting de las jaulas de su alma, de nuestras almas.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta la foto, aqune yo no habría cortado los arboles y habreía puesto menos suelo. Pero es chula, me gustaría estar allí, en ese banco.
ERes un nostálgico, pianista.

Anónimo dijo...

¿Por qué te gusta tanto el frío? La lluvia, la nieve... ¡con lo bien que se está con el sol!

Lidia

Nodisparenalpianista dijo...

Cualquiertiempopasadofuemejor (a ver si fijamos nombre y cortito, no se, vamos una idea), lo de la foto bien, pero es que no es mía. De todos modos, a mi con la enmienda me gusta más, a saber: cualquier tiempo pasado fue anterior.
AnónimoLidia, que sin que me gusta el frío y la lluvia, pero también las tardes naranjas de tebeos, niños Sammy Lee y el Sammy Lee de verdad. Y aún más las de primeros de octubre, con feria de libros en Sarasate.

J. dijo...

Pianista, escucho ágiles tus nudillos. Creo que esta ha sido tu muy mejor entrada. Domando la nostalgia.

Nodisparenalpianista dijo...

Estimado J (punto): ya sabes de lo que hablo. Me honra. Y te veo.

Anónimo dijo...

Se nota que fuiste muy feliz...

Deja el piano y ponte a escribir.

Anónimo dijo...

bien, un frío Llamazares ,muy bonito, yo siempre veo Fargo en agosto.

Nodisparenalpianista dijo...

Hola Esther. Creo que en el sitio que más frío he pasado es en un cine en agosto, tonto de mí amanga y pantalón corto. No todo el frío es igual de bonito...

María dijo...

qué bonito! el principio es como poesia, casi... al final me da la impresión de que quieres contar muchas cosas a la vez. Me gusta.
A mi también me gusta más el frio... también me trae mejores recuerdos